Calle La Palma, 3:30 AM.
Pocas veces en mi vida he pasado tanto miedo. Estoy tan alterada que no puedo dormir, así que voy a desquitarme con el blog (esta semana mi compi me ha dejado sola y no tengo con quién hablar).
Vivo en un segundo piso en la calle de La Palma, por la zona de Tribunal (prácticamente en la plaza del 2 de Mayo). Estoy acostumbrada a cierto jaleo por las noches los fines de semana, e incluso a tener que utilizar tapones para los oídos de vez en cuando. Estos días, al ser puente y esas cosas, también ha habido mucho movimiento. Pero lo que está pasando últimamente no es normal. Ayer incluso vino la policía a dispersar a la gente, y la noticia ha salido en el periódico, porque montaron una muy gorda. Pero, al parecer, se quedaron con ganas de más, y esta noche vinieron a por la revancha.
La pelea ha sido más ensañada que la de ayer (con mala saña, nunca mejor dicho). Casi como un segundo Levantamiento del 2 de Mayo, pero sin Bonapartes. Han volcado los contenedores que hay en la esquina (esos tan fabulosos para poder reciclar por los que mi compi y yo nos habíamos puesto tan contentas), y se han dedicado a lanzar botellas por los aires hasta que han llegado los antidisturbios. Yo estaba asomada a una ventana (no me atreví a asomarme al balcón, y menos mal), observando atónita cómo los portales y los contenedores eran utilizados a modo de trincheras por los policías y algún periodista (y por algunos paisanos poco afortunados que quedaron atrapados en tierra de nadie). Todo lo que había en los contenedores estaba esparcido por el suelo y alguien le había prendido fuego.
Y, de repente, una botella se estrelló contra el marco de mi ventana (!), a escasos centímetros de mi cabeza (!!). Ni me había imaginado que eso podría suceder (para empezar, las unidades de artillería pesada estaban, pensaba yo, demasiado lejos como para que me alcanzara el fuego). Después de eso, sin poder creerme todavía lo que estaba pasando, metí la cabeza dentro y cerré la ventana (no antes de que otra botella se volviera a estrellar peligrosamente cerca de mí). La foto que encabeza esta crónica casi me costó un disgusto serio... Luego se escucharon unas cuantas explosiones, supongo que de algún artefacto de los antidisturbios (según mi experiencia -cinematográfica y televisiva-, no parecían disparos), aunque yo estaba temblando lejos de la ventana intentando recuperarme del shock, así que no sé de qué se trataba exactamente.
Ahora parece que las cosas se han calmado un poco, aunque aún se escuchan cánticos distantes diciendo "policía asesina", "a las barricadas" y cosas por el estilo. No sé cuál fue el desencadenante de la batalla (estaba intentando dormir cuando empezó todo, tanto ayer como hoy). Tampoco creo que aun sabiéndolo fuera capaz de entenderlo. Supongo que es uno de los encantos que tiene vivir en Malasaña, Madrid.
Sólo me alegro de no haber aparcado el coche en mi calle (no ha quedado un solo retrovisor sano), y espero haberlo hecho lo suficientemente lejos como para encontrármelo entero cuando vaya a por él. Visto lo visto, he decidido que en el futuro estableceré un radio de seguridad para la zona de aparcamiento.
Supongo que mañana la noticia saldrá en la tele y en los periódicos, ya que unos cuantos periodistas (aparentemente surgidos de la nada) grabaron y sacaron fotos de todo. Quizá mañana preste atención a los medios de comunicación, a ver si descubro por qué ha pasado todo esto. Y rezaré para que no vuelva a pasar... Porque, si se convierte en una costumbre, vamos listos.
Y yo que quería ponerme a estudiar temprano por la mañana.